Cruenta realidad
El operativo mochila se asoma en las escuelas frente a la ola de violencia que se ha recrudecido en los últimos meses, pero sobre todo en la última semana sobre todo en escuelas de educación básica del estado.
Todo ello nos hace recordar la imagen de una joven que cubre con su cuerpo u otro joven que, según vecinos, minutos atrás había cometido un ilícito; otra de un padre que llora con el cuerpo inerte de su hijo sobre sus piernas, luego de que policías lo mataron cuando intentó cometer un segundo asalto en una zona de la Ciudad de México y una más de una madre que toma a su hijo en sus brazos para defenderlo de quienes intentaban detenerlo, también tras ser descubierto en la comisión de un delito.
Todas estas son escenas cada vez más recurrentes en las redes sociales y en los medios de comunicación tradicionales, lo que nos recuerda que no hay delincuente que haya surgido por generación espontánea, todos en algún momento de su vida tuvieron familia, pero sobre todo tuvieron madre.
Pero, ¿entonces los padres son los culpables de que un hijo se vuelva delincuente? Según expertos a menudo lo son. Obviamente, nadie puede ejercer mayor influencia en los hijos —para bien o para mal— que los padres. Ellos han dado forma a la mente y el corazón del niño desde la infancia.
Los niños pueden fácilmente convertirse en delincuentes si no aprenden normas apropiadas. A menudo los padres están tan absortos en sus propios trabajos o actividades sociales que se descuidan en cuanto a dar a sus hijos la atención necesaria.
Con frecuencia los padres no son firmes con sus hijos porque no lo son consigo mismos. Incluso en muchas ocasiones el mal ejemplo viene de los padres, por lo cual si como padres dan mal ejemplo por su falta de honradez o por ser irrespetuosos para con las autoridades que tienen derecho a su respeto, ¿quién tiene la culpa si el niño los imita? Sin embargo, hay algunos padres que se han esforzado por hacer lo mejor posible, y aun así el niño se hace malo. ¿Por qué?
Datos estadísticos nos revelan que la realidad es que muchos casos de criminalidad y delincuencia tienen su origen en el interior de las casas. Las cifras hablan por sí mismas; Un 40 por ciento de las personas encarceladas en América Latina y el Caribe son hijos de padres que abusaban del alcohol (39.8 por ciento) o tienen familiares que estuvieron presos (26.8 por ciento).
La violencia en la casa y la conducta delictiva son dos fenómenos que a menudo van unidos, o bien porque los menores son víctimas de maltratos o porque son testigos de ellos. Por ejemplo, se sabe que la mitad de los casos de violencia doméstica ocurre ante la presencia de hijos mejores de 12 años.
Quien crece viendo o padeciendo la violencia, en resumidas cuentas, tiene mayor tendencia a replicarlo de adulto.
Desde hace algunos años el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), ha estado apoyando una agenda de investigación en justicia criminal y rehabilitación penitenciaria. Basado en la experiencia de países como México y Chile, de modo que diseñó y aplicó encuestas penitenciarias en ocho países. Las encuestas arrojaron algunos datos muy relevantes sobre cómo la violencia intrafamiliar a afecta el comportamiento delictivo de los niños en su futura vida adulta:
• Las personas encarceladas sufrieron, en muchos casos, de violencia dentro de su familia a una edad temprana. El 47 por ciento de los presos de la región declaran haber sido víctimas de violencia directa en casa cuando eran niños. Los hombres encarcelados presentan un mayor índice de maltrato infantil (48 por ciento) que las mujeres.
• Testigos de la violencia contra sus padres. El 32 por ciento experimentó violencia indirecta en el hogar, lo que significa que fueron testigos de violencia doméstica entre los padres.
• Niños abusados, adultos reincidentes. Los presos que fueron víctimas de maltrato infantil muestran, en general, mayor índice de reincidencia. En el caso de aquellos presos que no sufrieron maltrato directo, pero vivieron en un hogar violento, el trauma afecta de manera distinta a hombres y mujeres ya que las mujeres desarrollan más posibilidades de reincidir que los hombres.
• Las víctimas de agresiones en la infancia tienen más posibilidades de adquirir armas de fuego. El 55 por ciento de las personas encarceladas han tenido un arma de fuego en su vida, y la posesión de armas de fuego se asocia con un mayor comportamiento violento.
Las diferencias de género también surgen aquí: mientras la experiencia directa con violencia en la infancia hace que los varones sean más propensos a la posesión de armas de fuego, en el caso de las mujeres el haber vivido en una familia violenta, aún sin que ellas hayan sufrido maltrato, las hace más propensa a las niñas a la posesión de arma de fuego.
Lo anterior es muestra inequívoca de que mientras los gobiernos y la sociedad en su conjunto no fortalezcamos el vínculo primordial que es la familia con valores y principios, pero más aún alejados de escenas y roles de violencia sistemática, cualquier presupuesto destinado a combatir la violencia por sus consecuencias y no por sus causas, no evitará que nuestro país siga sumido en un mar de sangre.
La violencia comienza en casa y no por algunos niños, adolescentes o jóvenes que se encuentran en un ambiente de violencia y que requieren urgente ayuda, se puede criminalizar al resto de los menores de edad en las escuelas. Se ha dicho claramente que, operativos como el denominado “mochila segura” violentan y segregan a muchas y muchos niños, adolescentes y jóvenes.