Oportunidad de oro
Con la llegada de las redes sociales si bien se da más oportunidad en cuanto a tiempo de entrega, también se adolece de veracidad y muchas veces se emiten opiniones y descalificaciones con base en hechos vistos sólo por encimita, sin entrar a profundidad.
Por eso basados en la frase inicial queremos recordar que para poder analizar algún tema o suceso con objetividad y mayor veracidad, es necesario irnos a lo más profundo y no sólo con lo que se ve encimita. Mucho se ha dicho que lo más peligroso de un iceberg no es lo que se alcanza a ver por encima de las aguas de un océano, sino lo profundo, aquello que no se ve y que a ojos simples, no se ve.
Por eso, analizaremos lo que en términos electorales pasa en nuestro país. Hoy, como ya se ha dicho, las democracias modernas exigen que para que un candidato resulte ganador tenga cuando menos el voto del 50 por ciento más uno, de lo contrario, se establece que haya una segunda vuelta o ronda. Esta institución nace en el siglo XIX, por primera vez en 1852 con la instauración del Segundo Imperio francés de Napoleón III. Luego se aplica nuevamente en la III República y surge con gran fuerza en la V República a través de la Constitución francesa de 1958. Es una institución electoral paradigmática del derecho electoral y constitucional francés. En otras palabras, cuando en una elección presidencial ninguno de los candidatos supera un determinado porcentaje de los votos (por lo general mayoría absoluta), se realiza una segunda vuelta para decidir entre los dos primeros candidatos. Se trata pues de una eventual etapa del proceso de elección de una autoridad.
Y es que, lamentablemente México, junto con Honduras, Panamá, Paraguay y Venezuela es uno de los cinco países de Latinoamérica donde no existe segunda vuelta electoral. Peor aún, muy a pesar de escasos intentos por cambiar la realidad política mexicana, prevalece el método de mayoría relativa para elegir al presidente de la república, gobernadores, alcaldes, legisladores y la mayoría de los cargos públicos. Es decir, gana quien obtiene el mayor número de votos, sin importar la cantidad de personas que participe en las elecciones.
Por eso, hoy tenemos representantes populares, gobernantes y hasta regidores que han obtenido su posición gracias al favor de tres, dos o hasta uno de cada diez mexicanos en posibilidades de votar. En Morelos, durante el pasado proceso electoral que sólo votó en promedio abajo del 60 por ciento del electorado. Ante esto se podría deducir que sólo entre 3 y cuatro de cada diez, dieron su aval para tener las autoridades que hoy nos gobiernan. En una democracia moderna, ninguno de los que actualmente ostentan una representación popular habría ganado en la primera vuelta.
Todo esto tiene un origen y justamente radica en la decepción ciudadana frente al sistema de partidos que nos ha gobernado en los últimos casi 100 años. La sociedad en su mayoría rehúye a su obligación de votar bajo el argumento de que “siempre son los mismos y todos son iguales”. Es ahí donde radica el principal problema de nuestro país; no en que si arrollaron al hoy partido oficial o si el PRI da signos de vida. Lo que debe importar ahora es, que los ciudadanos en capacidad de votar entendamos que nuestra participación en las elecciones marca el destino de nuestra nación y desde luego de nuestros pueblos. Si seguimos con la apatía, la mafia política organizada seguirá haciendo de las suyas y nosotros, nosotros sólo nos seguiremos quejando en las redes sociales.
Hoy existen nuevas oportunidades para participar de manera más decidida, con la creación de fuerzas políticas que no dependen o surgen como apéndice de los llamados tradicionales y es justamente en esos espacios a donde debemos acudir los ciudadanos que ya estamos cansados de sólo mirar los toros desde la barrera. Insistimos, no podemos seguir quejándonos si no intentamos nosotros incidir para cambiarlas. El problema de fondo de nuestro país es la indiferencia, el desdén y la apatía que permite a unos cuantos controlar y aprovecharse de las riquezas de una nación como la nuestra, concebida en abundancia, pero saqueada históricamente por propios y extraños. Por eso, la peor derrota la afrontamos todos los días por no querer ser parte de los engranes de una maquinaria que nos mueva hasta lograr un mejor país. Cada tres años tenemos una gran oportunidad, una oportunidad de oro y nosotros decidimos si seguimos igual o decidimos cambiar la realidad de nuestra nación.