¡Basta Ya!
Estamos a unos días de que comiencen a cambiar los congresos locales y federales, así como los gobiernos federal y estatal, por lo cual a la manera de Nicolás Maquiavelo, consignada en su obra El Príncipe, hoy abordaremos un tema importante que se pronuncia cuando vemos el accionar de la mayoría de los políticos, esos que, “según su momento” se creen inmerecidos por la tierra. Justamente el capítulo XVI habla de dos elementos característicos del “príncipe –o político- la liberalidad y la miseria.
Dice Maquiavelo “comenzando por la primera de estas prendas, reconozco cuán útil resultaría al príncipe ser liberal. Sin embargo, la liberalidad que impidiese le temieran, le sería perjudicial en grado sumo. Si la ejerce con prudencia y de modo que no lo sepan no incurrirá por ello en la infamia del vicio contrario. Pero, como el que quiere conservar su reputación de liberal no puede abstenerse de parecer suntuoso, sucederá siempre que un príncipe que aspira a semejante gloria, consumirá todas sus riquezas en prodigalidades, y al cabo, si pretende continuar pasando por liberal, se verá obligado a gravar extraordinariamente a sus súbditos, a ser extremadamente fiscal, y a hacer cuanto sea imaginable para obtener dinero, Ahora bien: esta conducta comenzará a tornarlo odioso a sus gobernados, y, empobreciéndose así más y más, perderá la estimación de cada uno de ellos, de tal suerte que después de haber perjudicado a muchas personas para ejercitar una liberalidad que no ha favorecido más que a un cortísimo número de ellas, sentirá vivamente la primera necesidad y peligrará al menor riesgo. Y, si reconoce entonces su falta, y quiere mudar de conducta, se atraerá repentinamente el oprobio anejo a la avaricia”.
Lo anterior ¿le parece conocido, ha visto algún político con semejante conducta? Lo decíamos en una entrega anterior, que muchos no aprovechan su tiempo, sus momentos y las circunstancias y es justamente por ese mar de liberalidad en el cual se encuentran inmersos y muchas veces, por lo general, son ahogados.
Y continúa Maquiavelo: “No pudiendo, pues, un príncipe, sin que de ello le resulte perjuicio, ejercer la virtud de la liberalidad de un modo notorio, debe, si es prudente, no inquietarse de ser notado de avaricia, porque con el tiempo le tendrán más y más por liberal, cuando observen que, gracias a su parsimonia, le bastan sus rentas para defenderse de cualquiera que le declare la guerra, y para acometer empresas, sin gravar a sus pueblos. Por tal arte, ejerce la liberalidad con todos aquellos a quienes no toma nada, y cuyo número es inmenso, al paso que no es avaro más que con aquellos a quienes no da nada, y cuyo número es poco crecido. ¿Por ventura no hemos visto, en estos tiempos, que solamente los que pasaban por avaros lograron grandes cosas, y que los pródigos quedaron vencidos? El Papa Julio II, después de haberse servido de la fama de liberal para llegar al Pontificado, no pensó posteriormente (especialmente al habilitarse para pelear contra el rey de Francia) en conservar ese renombre. Sostuvo muchas guerras, sin imponer un solo tributo extraordinario, y su continua economía le suministró cuanto era necesario para gastos superfluos. El actual monarca español (Fernando, rey de Aragón y de Castilla) no habría llevado a feliz término tan famosas empresas, ni triunfado en tantas ocasiones, si hubiera sido liberal. Así, un príncipe que no quiera verse obligado a despojar a sus gobernados, ni que le falte nunca con qué defenderse, ni sufrir pobreza y miseria, ni necesitar ser rapaz, debe temer poco incurrir en la reputación de avaro, puesto que su avaricia es uno de los vicios que aseguran su reinado. Si alguien me objetara que César consiguió el imperio con su liberalidad y que otros muchos llegaron a puestos elevadísimos porque pasaban por liberales, le respondería yo que, o estaban en camino de adquirir un principado o lo habían adquirido ya. En el primer caso, hicieron bien en pasar por liberales, y, en el segundo, les hubiese sido perniciosa la liberalidad. César era uno de los que querían conseguir el principado de Roma. Pero, si hubiera vivido algún tiempo después de haberlo logrado, y no moderado sus dispendios costosos, habría destruido el imperio”. Recientemente conocimos del caso de ex funcionarios incluso presuntamente ligados con grupos de la delincuencia organizada.
Y es justamente esa liberalidad y esa postura como de monarcas –como en el pasado reciente-, que hace al político perder el piso y desestimar la función por la cual fue elegido para tal o cual cargo, y entonces se preocupa, pero sobre todo se ocupa de satisfacer sus propias necesidades de aglutinar, de engrosar y de alimento de sus propios egos. Esta circunstancia lo acerca a grupos de personajes que realizan actividades ilícitas. Hoy, rebasada la mitad de este año, en términos generales, lamentablemente seguimos padeciendo la liberalidad de quienes detentan el poder. Y como comenzamos estas líneas, vale la pena insistir que tras los relevos en los distintos poderes y representaciones populares, quienes asuman nuevos encargos entiendan claramente que el punto medular de su trabajo será responder a la ciudadanía cansada ya de tanta soberbia, demagogia y falta de resultados. Como dijera el abogado Miguel Ángel Rosete: “Basta ya”.