A la mente parlanchina, una conciencia lúcida la domina.
Los que nos dedicamos a la docencia sabemos que, cuando la capacidad reflexiva y el dominio cognitivo se adoptan como herramientas para salir airosos de situaciones críticas y problemáticas; la vida en las aulas deja de ser azarosa y traumática.
Todo Ser Humano inaugura su existencia terrenal, coberturado por el amor maternal; por ello es tan imperiosa la necesidad, en el trascurso de nuestras vidas, del acompañamiento y reforzamiento emocional; y tan nefasta y dañina, la exclusión y marginalidad.
Las docentes mujeres, que superan en porcentaje a sus compañeros varones; los sensibilizan con el ejemplo de todos los días en los salones; para que no se cansen de brindar a la niñez, adolescencia y juventud; sus nutrientes emocionales, además de los intelectuales; los cuales curiosamente no tienen costos económicos o comerciales; basta con abrirles el corazón y darles de manera genuina y espontanea cariño, amor, atención y buen humor.
Tanto en el hogar como en las escuelas; debemos enseñar al cruzar el mar a desplegar las velas; el amor y la alegría no se ocultan, se expresan y se ejercitan; el viaje por la vida debe ser de celebración plena e infinita.
Frente a los hechos negativos o reprobables de nuestros estudiantes; conviene no agregarle nuestras fobias dominantes; intentemos verlos desde una perspectiva y pedagógica mirada, que de nuestras más íntimas turbulencias esté alejada.
Todo pernicioso pensamiento, palabra o acción; debieran ser sometidos al análisis, escrutinio y serena reflexión; para evitar tomar una apresurada decisión; todo docente activo, debe ejercitar su labor con presencia plena, conciencia abierta, apertura completa y permanecer siempre despiertos y receptivos.
La mente es demasiado parlanchina; sólo una conciencia iluminada la controla y domina; es sin duda de gran ayuda cuando la utilizamos de manera consciente para analizar y resolver en consecuencia; pero se transforma en nuestro enemigo cuando la dejamos fantasear o llenarnos de pensamientos basura, superfluos y de aparente intrascendencia; porque puede conducirnos a padecer estrés, tristeza, depresión y estados de necedad, inestabilidad y violencia.
Nuestras propias experiencias ingratas no deben perturbarnos; en nuestras tareas docentes y en las relaciones con quienes amamos; cuando detectemos a nuestro mecanismo instintivo de autodefensa que nos sugiere alejarnos y desearle el mal a los indeseables; conviene no magnificar los defectos y fallas ajenas, quizá contribuyamos a mejorarles si nos comportamos fraternos y amables.
En muchas ocasiones, antes de juzgar o actuar; será necesario escuchar la opinión neutral de otra persona; o bien leer un buen libro, de esos donde los autores nos sensibilizan los corazones y nos dan suficientes razones, para saber cómo los agravios se olvidan y las ofensas se perdonan.
Casi siempre que escuchemos un insulto no olvidemos que es un grito de auxilio distorsionado por el dolor y la única cura es el amor; ello nos recuerda que lo más sublime que poseemos como humanos y que no debemos olvidar jamás; es nuestra capacidad de amar a los demás.
Existen zonas de riesgo y personas que ponen en peligro nuestra estabilidad emocional; en tanto no estemos lo suficientemente preparados para con sabiduría y serenidad enfrentar, es preferible evitar; por supuesto que lo mejor es tomar conciencia de todo aquello que de los demás nos molesta y evitar que nuestras perniciosas interpretaciones nos arruinen la fiesta; la vida es celebración y nunca lo será a plenitud si no existiera con nuestros semejantes la interacción.
Para contribuir a la unidad en la diversidad necesitamos percibir en los otros no sólo su egocentrismo y vanidad, sino también su vulnerabilidad; y acercarnos con sincera humildad; todo Ser Humano tiene claroscuros y no podemos, por tanto, ser tan inflexibles y duros; nos es bueno recordar que nadie posee un alma impoluta ni tampoco existe quien sea dueño de la verdad absoluta.
Siempre debe ser el amor y no el odio o temor quien guíe nuestras decisiones y acciones; ello nos evitará futuras lamentaciones y en cambio hará que abunden las bendiciones.
La antipatía que separa, se combate con empatía que unifica, y juntos podemos disfrutar de mutua simpatía; dejemos pues de reñir y decidamos empezar a reír; conversemos y aclaremos con fraterno valor, aquello que nos hace enojarnos; y acordemos y aprovechemos toda oportunidad para juntos alegrarnos, valorarnos y amarnos.
*IR