Mitómanos
A propósito del proceso electoral y de la decisión que habremos de tomar el próximo dos de junio, hablemos del Mitómano, adjetivo que refiere a lo perteneciente o relativo a la mitomanía. El término procede del francés mythomane. La mitomanía, por su parte, es un trastorno psicológico que consiste en mentir de manera compulsiva y patológica. El mitómano falsea la realidad para hacerla más soportable e incluso puede tener una imagen distorsionada de sí mismo, generalmente con delirio de grandeza (lo que produce una gran distancia con la imagen real).
Lo habitual es que el mitómano mienta sin valorar las consecuencias de sus mentiras. Por eso adopta ese comportamiento como base de su rol en la sociedad y crea sistemas falsos para sostener todos sus engaños.
El mitómano miente para ganar prestigio, manipular a los demás o hacer daño. Es importante tener en cuenta que no se trata de un trastorno inofensivo, sino que la mitomanía tiene efectos negativos tanto sobre quien la padece como en su entorno. Quien miente compulsivamente se enfrenta a grandes situaciones de estrés ya que debe sostener toda una urdimbre de irrealidades que terminan condicionando su vida y las relaciones sociales.
En la zarzuela Doña Francisquita, hay una romanza titulada Por el humo se sabe dónde está el fuego, idea que expresa que, si se observa que sale humo de un lugar, es lógico pensar que allí hay algo que está ardiendo. Por la misma razón, si hay alguien que tiene síntomas claros de un trastorno psicológico, lo probable es que lo padezca, en cuyo caso lo primero que habría que hacer es diagnosticarlo con precisión. Por otro lado, cuando la perturbación del afectado se manifiesta en el ámbito de la política, el trastorno no afecta solo al que lo padece y a sus allegados, sino a un círculo mucho más amplio de personas como son los ciudadanos cuyos intereses generales maneja aquel. ¿Le suena familiar?
Pues bien, entre las conductas que pueden desembocar en trastornos psicológicos está la de mentir, comportamiento que suele formar parte, en mayor o menor medida, de la forma de ser de la generalidad de las personas, quienes la suelen utilizar para obtener el beneficio inmediato de conseguir algo o evitar alguna consecuencia negativa.
Está claro que no tenemos que esforzarnos demasiado para demostrar que no son pocos los políticos que hacen afirmaciones que no son verdad. Lo cual, si es una conducta simplemente ocasional u esporádica, no deja de ser una anécdota más o menos tolerable según cuál sea el país del que se trate (la mentira en política es difícilmente admisible en Estados Unidos y apenas importante en nuestro país y es usada como la principal herramienta de los políticos).
Las cosas, mentalmente hablando, son muy distintas cuando el político de turno ya miente con habitualidad; es decir, con la frecuencia requerida para convertirse en un hábito, el político dice lo contrario de lo que cree, falta a lo prometido, falsifica algo, o hace algo de todo esto repetidamente. En este caso, las mentiras del sujeto en cuestión empiezan a ser adictivas y revelen que puede padecer un trastorno psicológico que, por la actividad pública del político en cuestión, debería ser diagnosticada.
Sin duda, no tenemos la capacidad profesional y científica necesaria para atrevernos a afirmar que la reiteración del síntoma de mentir en política convierte al sujeto que lo padece en un perturbado y, mucho menos aún, para diagnosticar qué tipo de trastorno padece. Pero, si decir con habitualidad y sin ruborizarse una cosa y la contraria en muy poco espacio de tiempo, fuese una perturbación psicológica y fuese un político el que la padeciese está claro que habría que acudir a los expertos para que nos dijeran de qué trastorno mental se trata.
Por todo lo anterior, debemos considerar que, si se comprueba que un político miente reiteradamente sin manifestar la más mínima alteración en su espíritu y, por ejemplo, hace sin ruborizarse lo que dijo que nunca haría, convendría que se supiera si es o no "un mentiroso compulsivo". La conveniencia de hacerlo público se convertiría en una verdadera necesidad cuanto más alta fuese la tarea política a desempeñar por el afectado. Otra cosa es que la difusión del padecimiento de dicho trastorno tuviese algún efecto político; eso, sin duda sería lo mejor. El hoy presidente de la república ha usado como frase de vida política: No mentir, no robar y no traicionar; sin embargo, pareciera que esos tres defectos son la esencia de la gran mayoría de los políticos en nuestro país. Hay excepciones, pero son las menos. Así que, usted sabe quien recurrentemente le ha mentido.