La urgencia de paz
Los llamados a la paz en todo el mundo se vuelven especialmente urgentes ahora ante el conflicto bélico en Europa del este con la invasión Rusia a Ucrania, pero no vayamos tan lejos. En México, como en muchos otros países del mundo la emergencia provocada por la inseguridad, el avance del crimen organizado, la crisis económica y los muchos problemas de violencia llevan años y se han agudizan cada vez más.
La violencia que aparecen en todo el territorio nacional, cometidos por el crimen organizado, autodefensas, estudiantes encapuchados, fuerzas del orden ignorantes de los derechos humanos, van en sintonía con el discurso cada vez más aterrador de grupos políticos cuya ambición parece absurda dadas las circunstancias que atraviesa la sociedad a la que debieran servir.
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La frecuencia con que se hace escarnio de grupos enteros de la sociedad en medios de comunicación oficiales, en discursos, en declaraciones, parece tan violenta como el acecho de una ola criminal que parece incontenible. Ello explica, mas no justifica, la radicalización de algunas movilizaciones que, en la búsqueda de justicia, de verdad, generan condiciones mucho más violentas, en una escalada que parece indetenible. Alguien tiene que decir, por fin, con toda la seriedad que ello implica: ya basta de violencia.
Lo que ocurre en México, en Morelos, tiene dos terribles partes, la primera es la evidencia de la descomposición social, política, económica; la segunda, mucho más delicada, es la certeza de que aún puede ser peor. No estamos aún en el peor de los escenarios, y lejos de tranquilizarnos, nos aterramos, lo que genera respuestas aún más delicadas.
La acción del gobierno y la clase política para detener la violencia es urgente, pero no es la única requerida. También es urgente que todos en la sociedad asumamos la responsabilidad que nos toca en el proceso de reconciliación frente al escenario de conflicto que, si bien ninguno de nosotros ha iniciado, todos hemos tenido alguna participación en él, por acciones directas u omisiones patentes.
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Desde marchas por la paz y la seguridad, llamados de todos lados a la no violencia, múltiples manifestaciones de repudio y hartazgo no han sido suficientes y su efecto, debe reconocerse, es nulo. No sólo los índices delictivos siguen incrementándose, también es evidente la colusión de autoridades con el hampa, y la cada vez más frecuente violencia social aparentemente espontánea, pero que sin duda obedece a un estado de desesperación, de miedo, de desesperanza.
Las marchas han servido para manifestar el malestar de la población. Sin duda han sido demostraciones de la enorme indignación por la que atravesamos todos frente a los hechos de violencia e ilegalidad de los que son víctimas miles de mexicanos. Pero sin duda también han sido insuficientes, y al paso del tiempo, se han convertido en un instrumento para tolerar otras formas de violencia, las de los encapuchados, las de los intereses político-partidistas, las de la confusión. Las marchas han ubicado como enemigo al gobierno, dejando de lado el repudio general de la sociedad al crimen organizado. Cierto que las instituciones se han visto rebasadas por las olas delictivas, pero debiera quedarnos siempre claro que el enemigo no es el gobierno, sino los grupos criminales.
Las condiciones de emergencia por las que atraviesa el país no pueden seguir siendo ignoradas por nadie. Cada uno debe hacer lo que le corresponde para generar una cultura de paz, en las escuelas, en las empresas, en las calles, en el transporte, en el gobierno. La hora luctuosa de México es culpa de los delincuentes, superarla es responsabilidad de todos.
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La paz es condición necesaria y urgente para enfrentar los problemas que México padece en lo económico, lo social, lo político. No podemos, no debemos esperar un minuto más, esta realidad no admite plazos económicos ni calendarios electorales. Ya se fue la mita de otro sexenio y las promesas han sido incumplidas, así como la política de abrazos y no balazos es un fiasco.
Es vital erradicar la violencia de nuestros discursos, de nuestras acciones, de nuestras actitudes. El llamado que se lanza desde todo el mundo ante la guerra en Europa y la amenaza de escalar a escenarios catastróficos debe encontrar su eco en la sociedad, en la construcción de una nueva realidad en que la paz sea la única forma posible de convivencia, en que la violencia aísle en automático a cualquiera de sus actores y promotores, que por extraño que nos parezca, muchas veces son más de los que identificamos a simple vista. Muchas veces hasta usan máscaras de pacifistas. La paz es urgente en todo el mundo, en todos los países y en México también desde hace mucho tiempo…