Que la guerra no nos sea indiferente
Nos oponemos a la guerra que destruye vidas de quienes no son los que deciden enviar al matadero a los pueblos desde las alturas y comodidad del poder. Los gobernantes jamás van a las trincheras a pelear, mientras los pueblos se matan entre sí, inflamados por un espíritu patriótico promovido por quienes no tienen más patria que el dinero. El uso de la guerra es la extensión de la política por otros medios. Cuando fracasa la razón y el entendimiento de las ideas, se imponen mediante la fuerza bruta que utiliza actualmente los medios más sofisticados tecnológicamente. Y lo primero que destruyen las guerras es la verdad de las causas reales que las motivan.
Que la guerra no nos sea indiferente, que la reseca muerte no nos encuentre, sin haber hecho lo suficiente, como cantan Mercedes Sosa y León Gieco. Desde cualquier lugar donde estemos podemos hacer algo para oponernos a la guerra y luchar por el derecho de vivir en paz, si algo hemos aprendido del uso del genocidio y del napalm. Ninguna persona que luche por la emancipación de la humanidad puede apoyar a sus gobiernos en sus esfuerzos bélicos. Derribar las fronteras del odio y la violencia únicamente puede ser posible si se construye la hermandad de los pueblos. Oponernos al militarismo y la guerra que únicamente beneficia al poder económico del complejo industrial militar, construyendo la solidaridad internacionalista con los pueblos que sufren la agresión y la muerte.
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León Trotsky escribió “La Guerra y la Internacional” en agosto de 1914, después del estallido de las hostilidades que condujeron a la primera guerra mundial, donde critica a los socialdemócratas de Europa Occidental por apoyar a sus gobiernos en lugar de promover la solidaridad internacionalista entre los pueblos. Ahí ubica a las fuerzas productivas que el capitalismo desarrolló desbordando los límites del estado, que se ve arrastrado a la lucha por el predominio del mundo en provecho de los intereses de la burguesía de cada país. El predominio económico de la burguesía trasnacional ahora es más evidente que nunca, lo que significa una lucha sin tregua por nuevos campos de explotación capitalista de una sola fuente que es el planeta tierra, por lo que el militarismo es acompañado por el robo y la destrucción, los cuales violan los más elementales principios de la economía humana.
Actualmente estas lecciones son más claras que nunca, debido a las profundas crisis que se viven en el sistema económico del capitalismo mundial. Es en este contexto que podemos decir claramente que la invasión rusa de Ucrania es absolutamente condenable desde cualquier lugar donde estemos. El derramamiento de sangre no se puede justificar por mitos medievales como lo hace el gobierno de Vladimir Putin, que lejos de abrevar en las mejores tradiciones de Lenin y Trotsky, prefiere reivindicar el orden imperial zarista. Estamos presenciando aún las consecuencias más negativas de la caída del bloque de la Unión Soviética, acabando con todo tipo de retórica formal sobre la fraternidad de los pueblos. El expansionismo militarista de la OTAN, sostenido por los gobiernos imperialistas de Europa y Estados Unidos, sin duda contribuye a colocar al mundo en riesgo de una conflagración mil veces más devastadora que la precedente segunda guerra mundial. Así lo demuestran la destrucción de Irak, Afganistán, Libia, Yugoslavia mediante las mal llamadas guerras de intervención humanitarias y el genocidio permanente del pueblo palestino, la guerra que mutila Yemen y las violencias que destruyen el mundo por el uso de armas que son producidas por las potencias imperialistas en cualquier rincón del planeta, sin que podamos negar que afecta a nuestro propio país, México, que se desangra en medio de una guerra no reconocida, de miles de asesinatos, desapariciones, feminicidio y todo tipo de violencia criminal y del militarismo institucional.
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Por ello, los discursos demagógicos de los gobiernos que se llenan la boca condenando el terrorismo de los otros y aplican con toda la fuerza los propios, cuando en realidad destruyen cotidianamente el derecho humanitario internacional que dicen defender. Poner por delante la defensa real de los derechos humanos de todas las personas, sin importar nacionalidad, religión o raza, debe ir acompañada de nuestro absoluto rechazo al uso de la fuerza militar por parte de cualquier potencia, trátese del gobierno ruso o yanqui o de cualquier país europeo. Porque luchar por la paz implica en primer lugar oponerse a la guerra, en cualquiera de sus modalidades, entendiendo que ello debe significar acabar con los odios que al mundo envenenan, conseguir la justicia y la verdad, lograr fortalecer la libertad de expresión y no ser perseguidos por expresar las ideas libertarias y emancipadoras como pretende la censura en los grandes medios de comunicación y quienes controlan a las redes sociales con sus algoritmos donde hacen predominante los intereses del capital y no las aspiraciones de los pueblos.
Nada está dicho sobre quienes pueden salir victoriosos de un conflicto de esta naturaleza, cuando quien pierde en primer lugar es el pueblo de Ucrania que sufre el derramamiento de sangre, perdemos toda la humanidad por el uso irracional de las armas que pone en riesgo el futuro de las generaciones siguientes, pero inclusive para quienes inician la guerra con supuestas victorias, pueden ver como se les escapan de las manos y pueden salirse de los guiones previstos desde sus cuartos de guerra.
Hoy más que nunca, se requiere fortalecer la esperanza organizada de que otro mundo es posible, que el sistema capitalista actual sólo nos conduce de guerra en guerra, de una tragedia a otra, de pandemia en pandemia real o provocada, de cataclismo devastador por las crisis recurrentes que nos llenan de dolor por las muertes que no debieron ser. Porque oponernos a la guerra significa atrevernos a pensar más allá de lo inmediato y a protestar para no paralizarnos por el miedo que se generaliza cuando cunde la desinformación.
Un recuerdo en las alas del colibrí
Decir adiós a un hermano. Que su camino de Toño sea de luz. Nos deja con el dolor de su ausencia, pero con la satisfacción de que vivió intensamente, amado y amoroso. Nos legó un ejemplo de dignidad y resistencia. Agradecemos sus mensajes solidarios. Abrazos.