Odio quiero más que indiferencia
Recién iniciaba el siglo cuando la película “Una buena Chica” (The good girl -2002-) llamó mi atención por el corte dramático con el que se abordaba una situación de infidelidad en una familia remendada por la ilusión de éxito. Jennifer Aniston interpreta a una mujer que tiene un matrimonio terrible con un alcohólico y adicto a la marihuana, quien a su vez tiene un “amigo” del trabajo que lo admira porque tiene una mujer hermosa y lo envidia por la vida que tienen. Sin embargo, cuando descubre que la radiante esposa le está haciendo de chivo los tamales a su “amigo”, entonces su admiración se desploma y se llena de dicha al saber que no tienen una vida perfecta y a partir de ahora, el descubrir la desgracia de su compañero, lo hace más dichoso que nunca.
¿Conoces a alguien así? ¿Alguien que parece agradarle tu desgracia? Si vives en Saturno obviamente no tienes idea de lo que estoy hablando, pero te agradezco que leas mi columna, de no tener un origen alienígena, entonces puedo asegurarte que tienes un par de personas en tu mente.
Empecemos por entender algo tan necesario como: la comparación. La mayoría de las ocasiones, la comparación es estrictamente necesaria ya que nos da una referencia importante para propósitos de mejora continua, medición de avances, elementos testigo en investigación, estándares de identidad y algunas otras aplicaciones importantes. Sin embargo, en el ámbito social, la comparación ha causado más daño que los comentarios de Paty Chapoy. Cuando una persona se compara con otra y decide colocar un filtro de orgullo, prejuicio o insensatez sin sentimientos, se erige a sí misma como poseedora de la verdad absoluta respecto al tópico que se trate. Cuando la soberbia se hace presente entonces la comparación deriva en envidia.
Ahora bien, ¿Puede haber envidia de la buena? Algunos autores afirman que no. Dicen que debería llamarse inspiración o algo parecido. Un sentimiento de emoción tal, que te motive a emular ese modelo, a reproducir esa conducta para obtener la clase de éxito con la cual te estás comparando. Por otra parte, la envidia malsana, te lleva a un comportamiento de competencia sea leal, legal o lo contrario de ambas. Es probable que uno y otro te conduzcan a la posición que estás buscando, ya sea con un esfuerzo sobresaliente o con prácticas sin escrúpulos. Existe una más peligrosa, aquella que se satisface con la desgracia del vecino, del amigo y hasta de su propia familia. Es decir, lo importante no es que yo te supere. No. Me basta con que dejes de sobresalir, que te tropieces o que te equivoques para que me sienta mejor al verte fallar. Schadenfreude es la palabra alemana que significa “alegría del mal ajeno”, en inglés “epicaricacy”, en español la traducción más parecida es regodeo. Quienes practican esta postura, experimentan un grado importante de satisfacción al ver que la persona a quien envidian, ya no le va tan bien. El riesgo que debe subrayarse aquí es que el Schadenfreude activa el sistema de recompensa de las personas. Se sienten dichosas cada ocasión que escuchan que alguien a quien envidian le va mal.
Ya un grado superior a lo antes escrito sería: el desprecio. Me atrae mucho la forma en como el Dr. Eduardo Calixto describe al desprecio “…es la ausencia de respeto, la falta de atención y la incapacidad de considerar al otro…”. Cuando despreciamos, ni siquiera volteamos a ver a la otra persona, no merece nuestra atención, y nuestro silencio le indica el grado de desprecio que sentimos por ella.
Como todo inicia en una necesidad básica como la comparación, resulta poco práctico evitarla. Lo ideal es que la utilicemos con un criterio tan apropiado que nos permita empoderarnos con un modelo a seguir que represente nuestros más anhelados intereses; que nos revele una meta nueva y significativa; que nos resulte motivante para mantener nuestro interés en la persecución del modelo, sin distracciones.
En México hemos escuchado un “¡qué bueno!, pa´que se le quite” dejando ver nuestro grado de dicha al saber la desgracia de algún infeliz, por lo general una dicha justificada en el hecho de que el desgraciado en cuestión se burló primero de nosotros.
Para quienes hemos sido seleccionados para ser envidiados, ya sea por nuestro parecido con Brad Pitt, nuestra sofisticación tipo James Bond o nuestro alto rendimiento en la barra libre, debemos entender que no está en nosotros. Que más bien recibes ese trato porque representas una amenaza para un grupo particular de personas. Te convertiste en una amenaza porque la interpretación que han hecho de tus competencias les da como resultado una brecha que no podrán alcanzar pronto a menos que tú les compartas de tu éxito, o les enseñes como alcanzar tu nivel. Claro, con la condición de que tú ya no te sigas superando porque entonces sería imposible alcanzarte.
Un poco de empatía con las personas, puede hacernos ganar un poco de terreno con ellas o ellos. Si con nuestro buen trato podemos hacerlos sentir valiosos e importantes, cabe la posibilidad de que desactivemos el elemento que detona su envidia o ya de plano que nuestra compasión haga que nos odie sin media ni clemencia.