El dilema del político
Quienes por alguna distorsión de la realidad, trauma de la infancia o delirio de grandeza decidimos dedicarnos a la política, comúnmente nos encontramos con una complicada encrucijada que comúnmente define nuestro futuro político. La decisión de hacer lo correcto o lo conveniente.
Procederé a hablar en tercera persona por miedo a que este artículo sea utilizado en mi contra en algunos años. Esa encrucijada de dos caminos se refiere a la decisión de “hacer lo correcto” y “hacer lo conveniente”. Para el lector que no esté familiarizado con la política, es posible que piense, que lo más lógico para alguien dedicado al servicio público es hacer lo correcto, no se equivoca, pero en este mundo de amplias distorsiones, lo correcto no es siempre lo mejor para la persona.
Me explico: la gente que hace lo correcto tiene dos posibles distintos, el primero es una vida de amplia crítica y análisis certero, donde se camina por una vereda de puertas cerradas. El segundo es de aquellos que se ganan un lugar en los libros de historia y están sus estatuas en un parque, pero comúnmente, carecen de vida, pues este país tiene la extraña costumbre de matar a las figuras y después construirles estatuas.
La gente que hace lo conveniente, por lo común camina por la mediocre y criticable tibieza, usa la retórica para excusarse hábilmente de las críticas y reclamos, se alimenta como sanguijuela del poder y normalmente transcurre en la vida sin pena ni gloria. Pero a pesar de que esta descripción pueda sonar desalentadora, cuando la energía de la juventud se acaba y esas ganas de cambiar al mundo se transforman en sueños rotos, esta propuesta mediocre no suena tan descabellada, suena incluso atractiva. Porque es importante recordar que lamentablemente, es el tipo de gente que hace “lo conveniente” aquella que maneja el poder político, económico y comúnmente vive con estabilidad.
Lamentablemente, en este mundo capitalista y ampliamente individualista, vivimos una epidemia de gente que hace lo conveniente. Los legisladores, no votan por representar a su electorado, sino para proteger su futuro político, lo mismo es con el poder ejecutivo asegurando antes el padrón electoral de las próximas elecciones sobre la calidad de su trabajo, con los burócratas chupasangre, los policías y militares en contubernio y todo aquel que vive arrastrándose como gusano sin miedo a ser aplastado.
Quizá, en este contexto, nuestra responsabilidad debe ser aplaudir y respaldar con uñas y dientes a las personas y a las ideas, que hacen lo correcto sobre lo conveniente, pues a pesar de que esa postura pueda ser peligrosa, romántica o infantil, es nuestra única verdadera esperanza.