En el sur de Morelos, el Centro Federal de Readaptación Social 16 se ha convertido en un escenario de tragedia y desesperanza. La muerte de 19 mujeres en menos de dos años, bajo circunstancias que han suscitado serias dudas sobre la versión oficial de suicidio, nos confronta con una realidad que no puede ser ignorada. Las miradas y las voces se han alzado, cuestionando la seguridad y el bienestar de las internas en un lugar que, a primera vista, parece un modelo de modernidad, pero que en su interior esconde un profundo sufrimiento.
La imagen del Cefereso 16, con sus instalaciones limpias y ordenadas, contrasta drásticamente con la experiencia vivida por las mujeres que lo habitan. Muchas de ellas, entre 25 y 40 años, son madres de hijos e hijas que oscilan entre los 12 y 15 años. Esta realidad nos habla de vidas truncadas, de mujeres que comenzaron a ser adultas antes de tiempo y que, tras las rejas, enfrentan un sistema que parece haberlas olvidado. La tristeza, la culpa y el rechazo son compañeros constantes en su día a día, condiciones que no solo afectan su salud mental, sino que también presentan un riesgo inminente de que tragedias como las recientes se repitan.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos ha emitido recomendaciones, y diversos colectivos han clamado por una intervención más eficaz de la Fiscalía General del Estado. Sin embargo, estas acciones parecen ser insuficientes ante la magnitud de la crisis que se vive en el Cefereso 16. La urgencia de abordar este problema no debe ser politizada ni convertirse en un simple discurso para destacar, sino en un verdadero compromiso con la vida y la dignidad de estas mujeres.
En mi reciente conversación con una persona que ha estado en el penal, se evidenció la necesidad de una atención especializada, más allá de las medidas superficiales. Las internas requieren un tratamiento psicológico adecuado, recursos que les permitan reintegrarse a la sociedad y un espacio donde su voz sea escuchada y respetada. La depresión y la desesperanza no pueden ser tratadas como meras estadísticas, sino como crisis humanas que demandan empatía y acción.
Es fundamental que la atención a este tema no se limite a la denuncia, sino que se traduzca en políticas efectivas que busquen la rehabilitación y el bienestar de las internas. La solución no es el cierre inmediato de la cárcel, sino la transformación del sistema penitenciario en su conjunto. La vida de estas mujeres no puede seguir siendo un sacrificio en el altar de la indolencia y la falta de atención.
El Cefereso 16 necesita un cambio radical, un enfoque que priorice la salud mental y emocional de sus internas. No podemos permitir que el silencio y la resignación sigan siendo la respuesta a una tragedia que se repite en nuestras narices. Es hora de actuar, de escuchar y, sobre todo, de humanizar a quienes han sido despojadas de su libertad. Las vidas de estas mujeres importan, y su sufrimiento exige una respuesta contundente y compasiva.