En vísperas de la tradicional y ancestral celebración del Día Muertos, ya se destacan anuncios donde se da brillo y color a nuestro folclor lleno de calaveras, flores, veladoras y esqueletos bailadores y en lo general, te invitan a que asistas a un inolvidable Miquixtli… y como no quiero pecar de ignorancia, pregunté sobre el tema a los pocos que están inmersos en conservar lo escaso que se ha rescatado sobre la tradición Mexicayotl y la Toltecayotl, -vestigios de la cultura Náhuatl- y me comentaron que Miquixtli, es el nombre de uno de los 20 signos calendáricos del denominado Tonalpohualli o calendario ritual mexicano.
Y agregaron, que no es muy propio decir: “¡Ven al Miquixtli!”, pues, por un lado, se distorsiona el significado y el sentido del Tonalpohualli y por la imprecisión, se devalúa el respeto ancestral a los difuntos, pues el asunto se convierte en simple y vulgar persuasión de “mercadotecnia”: “¡Ven al Miquixtli!”.
Aseguran que se debe de entender que ese día, los ancestros realizaban una gran e impresionante ceremonia, no una celebración, como hoy se entiende y que se ha distorsionado aún más al sumarle el show espectral del Halloween. Afirman que, a dicha ceremonia, correspondiente y señalada en el calendario ritual mexicano, -el Tonalpohualli-, le llamaban: Hueymicailhuitl y no Miquixtli.
“Hueymicailhuitl, -dijeron-, es la gran ceremonia de muertos, y proporcionaba en la cosmovisión de los ancestros, un mundo mágico, donde se articulaba la filosofía y la teología; eso, -añadieron-, daba lugar a la visión sobre el ser humano, su existencia en el Universo, su razón de ser y su destino, con lo que así concebían muy a profundidad, la dualidad de la Naturaleza donde la muerte se entendía como algo que no causaba dolor, sino que en algunos casos alegría, como la que sentían aquellos que ofrendaban su vida en busca de un beneficio colectivo o de encontrar su punto máximo de existencia”.
“Es un error”, -comentaron entre bromas-, decir: “¡Ven al Miquixtli!” y agregaron, que equivalía a que alguien me invitara muy entusiasmado y eufórico, a una estación del Metro: “¡Ven al Taxqueña…!”
En fin, no se busca hoy, entrar en controversias, cada quien tiene su razón y no dudo que el Día de Muertos, en el pasado habría tenido un sentido muy definido y concreto, pues lejos de las fiestas, reventones y transculturación que hoy se justifica en los antros por el Día de Muertos, donde incluso hay concursos y premios por el mejor disfraz, estamos lejos de saber la verdad luego de la irracional quema de los Códices Prehispánicos por parte de aquellos portavoces religiosos de una doctrina y religión ajena a estas latitudes. (Aunque también, hay que reconocer que en este lado del Atlántico, se conocía muy bien la desigualdad, el dolor, los abusos, la esclavitud y los asesinatos en nombre de las deidades que reclamaban sangre para su beneplácito).
La desaparición de esos documentos ancestrales fabricados en Amate y piel de Venado, hoy nos impide conocer a fondo y asimilar el valor y el sentido real de la Cultura de aquel entonces. Con la Conquista, nos volvimos sincréticos, nos fusionamos con otra cultura, el idioma se mezcló, la forma y la manera de concebir el mundo se amalgamó en medio de masacres, las costumbres y tradiciones se enmarañaron y hoy, las diferentes incógnitas de cómo entender verdaderamente el Día de Muertos en México siguen buscando la brújula.
En el extranjero, continúa la admiración de esta peculiar actitud nuestra, ante la muerte, ya incluso se venden paquetes turísticos para venir a disfrutar de este folclor.
No es un secreto saber, que desde hace tiempo, la incertidumbre de los foráneos ha llegado al grado de describirnos como el país donde nació el surrealismo, y que somos la cuna, mucho antes de iniciarse la misma corriente surrealista, donde el español, Salvador Dali, era el más icónico al sobrepasar lo real a través de la expresión automática del subconsciente.
No se omite en la charla, decir algo sobre la alegórica y vistosa ofrenda del Día de Muertos, los “guardianes” de la Mexicayotl y la Toltecayotl aseguran que:
“Ofrendar, es compartir con los parientes difuntos, ciertos goces de la vida y algo de frutos obtenidos en la anualidad pasada. La ofrenda, se prepara y se exhibe de acuerdo a sentimientos de gratitud, amor y veneración. La ofrenda, se obsequia como un acto de personal y solemne pleitesía, constituyéndose por ello en algo sagrado, en un acto de aseguramiento para quien, por sus vínculos de parentesco o intereses, está de acuerdo a las normas, obligado a rescribir y atender a las ánimas que acuden a su antiguo hogar a disfrutar de las buenas cosas que, en su situación y recinto de difuntos, le son vedadas”.
Si queremos rescatar algo de nuestro pasado, empecemos por redefinir que el Día de Muertos debe tener los tintes de una ceremonia y no de una celebración, y debe, -aunque cueste trabajo ahora la pronunciación-, convocarnos, a una Hueymicailhuitl, gran ceremonia de muertos, y no a un Miquixtli.