En un contexto político cada vez más complejo y desafiante, es evidente que en Morelos ha llegado el momento de dar una urgente despedida a todo aquello que lleve los apellidos Blanco o Bravo. La situación es clara: Cuauhtémoc Blanco, exfutbolista convertido en político, y su hermano Ulises Bravo, han perdido toda credibilidad ante un electorado que ya no confía en ellos. La promesa de "no les voy a fallar" quedó en el aire, desvaneciéndose como un eco lejano, y las consecuencias de su administración son palpables.
Hoy, la realidad es que el legado de los Blanco y Bravo se ha visto empañado por un sinfín de irregularidades y abusos que han sido denunciados constantemente. Cada día surgen nuevos escándalos que revelan la falta de transparencia y el mal manejo de los recursos públicos durante el mandato de Cuauhtémoc. Desde la detección de "aviadores" en la nómina de la Secretaría de Turismo hasta las acusaciones de fraude en la gestión de terrenos, el exgobernador se ha convertido en un símbolo de la corrupción que tanto se prometió erradicar.
En contraposición, Margarita González Saravia, quien ha asumido la gubernatura en un contexto de crisis, ha demostrado en apenas un mes que es posible un cambio significativo. Sus acciones han comenzado a generar confianza en un estado que se sentía traicionado por aquellos que prometieron el progreso y la transparencia. La diferencia es abismal: mientras Cuauhtémoc Blanco se ha visto envuelto en un mar de críticas y desprecio, González Saravia se presenta como una figura renovadora, dispuesta a escuchar y atender las necesidades de la ciudadanía.
Es un momento crucial para Morelos, un estado que merece líderes que realmente se comprometan con su bienestar y desarrollo. La era de los Blanco y Bravo ha llegado a su fin; es hora de que la sociedad morelense cierre este capítulo y busque nuevas alternativas que representen una política honesta y transparente. La diputación y las instancias gubernamentales deben ser ocupadas por personas que entiendan y respeten el deber de servir al pueblo, y que no se vean a sí mismas como una extensión de intereses personales o familiares.
En conclusión, el tiempo de los apellidos Blanco y Bravo se ha agotado. Morelos merece un futuro sin los lastres del pasado, donde la política se practique con integridad y en favor de todos. La ciudadanía ha hablado, y su mensaje es claro: es hora de un cambio radical y urgente.
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