Recuerdo haber escuchado un número importante de quejas respecto a la escena de la película “Bambi”, donde la mamá del cervatillo muere. Decían que fue traumática para los niños. Que fue imprudente e insensible. ¿Quién define lo que se debe exponer y de qué manera debe ser interpretado? Quiero pensar que el director no era un hijo de la mala vida, como para querer perjudicar el desarrollo cognitivo de los infantes con escenas de la vida cotidiana. Y sermones similares he escuchado de “Dumbo”, y hasta de la obra maestra de “El zorro y el sabueso”. Eran dibujos animados realizados por grandes artistas durante muchas horas con el afán de entretener a las bendis. ¿No será que cuando crecimos se nos hizo fácil encontrar una forma sencilla de crear polémica escandalosa, aunque carente de sustancia?
Es probable que las cosas no ocurran como las describiré a continuación, sin embargo, se convirtió en una métrica para quienes habíamos dejado la primaria o cumplido los 12 años (lo que ocurriera primero). Ser una persona mayor significaba acceso a información, acceso a lugares y acceso a recursos. Podrías ser quién a los 14 años (tal vez), condujera el carro de papá de la tienda a tu casa. Incluso podías ser quien fuera por cigarros a la tienda, obteniendo el derecho a comprarte “algo” ya que habías incursionado en tan relevante tarea. Para ser esa persona mayor que dejó de ser niño, había también que dejar de ver caricaturas porque esos programas lo veían sólo los niños; había que entender los esfuerzos anuales de esas dos personas representando a Melchor, Gaspar y Baltazar; había que dejar de jugar “las maquinitas” porque esas eran cosas de niños.
En algún momento, lo que pasó es que ya no fue tan mal visto ver caricaturas, pues habían aparecido “Los Simpson” y con ellos aparecieron también argumentos como “están diseñadas para grandes”, bueno hay algunos quienes les atribuyen hasta cualidades proféticas. También siguieron llegando regalos la noche del quinto día del año para agasajar a personitas con edades hasta los 15 o 17 años. Y las consolas de videojuegos se hicieron cada vez más populares entre las juventudes, y hoy en día es una práctica común entre padres de familia con hijos mayores a los 12 años. Como podrás ver, en el pasado los niños tratábamos de imitar a los adultos, pero ahora cada vez más y más adultos tratan de imitar a las juventudes. La juventud se convirtió en un tema de culto. Nos perdimos en un discurso donde se exigen los derechos y se buscan los privilegios, pero nos distanciamos mucho de las obligaciones y responsabilidades. Ahora las juventudes se acostumbraron a obtener recompensas desproporcionadas con respecto a su esfuerzo “mira mi amor, si me acompañas a casa de tu abuela, la saludas y le das un abrazo, te compro los tenis que tanto le envidias al tal Jordan. Es decir, algo que se espera forme parte de su educada conducta, es recompensado con un premio muy superior al “sacrificio” de pretender ser deseable para la sociedad.
La cultura del miedo siempre ha funcionado para diferentes ámbitos. Antes nos decían cosas horribles para inculcar un miedo en caso de no querer cumplir con los comportamientos deseados por nuestros progenitores. Eso provocaba que hiciéramos esfuerzos constantes para evitar: ser privados de salir a jugar, golpeados por una chancla vengadora, ser obligados a lavar trastes o incluso ser enviados a lavar el baño. De esta manera desarrollábamos una conducta más atractiva para la sociedad y en una de esas normalizábamos ser respetuosos con nuestros tutores.
El miedo sigue presente, y ya no deriva de los padres, ahora es en jóvenes y adultos con temas tan básicos como los celulares y el robo de identidad; de gente tatuada que los atendió en la cafetería porque pudo haber depositado “algo” en el vaso que tiene su nombre; de que el mundo se va a acabar en la combinación de números y letras más inverosímil que te puedas imaginar.
Padres actuales en su afán de no lastimar a sus hijos e inculcarles miedo, los han protegido prácticamente de cualquier cosa. Incluso ahora nos quieren hacer creer que sólo los especialistas pueden ayudar, educar o salvar a nuestros hijos en temas de autoestima. La cultura terapéutica provoca que los padres eviten enfrentar a sus hijos y prefieran mandarlos a terapia. Como si los padres, abuelos y otros quienes hacen las veces de tutores hubieran perdido de pronto la capacidad, la habilidad y la facultad de implementar correctivos para mantener en cintura a sus pequeños. No quieren hacer creer que se requiere de autoestima para alcanzar sus objetivos. No señores. Son la consecución de logros los que van formando la autoestima. Son las pequeñas victorias las que provocan esa autoestima.
Seamos conscientes de las respuestas conductuales que son indicio de una infancia que desarrolla su autonomía. De una niñez que apunta a ser deseable por la sociedad, ya sea para que juegue con otros niños, para que participe en actividades retadora, para que ofrezca ayuda a sus pares y sepa pedir ayuda cuando el desafío lo requiera. Como padres nos toca observar, orientar, desafiar y celebrar proporcionalmente. Feliz día a las bendis