A través de la palabra, confirmamos nuestra existencia y hacemos visible nuestra presencia; con la sabia palabra los corazones se unifican y mutuamente se recrean; por eso el filósofo ateniense arengaba a sus discípulos: ¡¡Háblame, para que te vea!!
Ser éticos, conscientes, equilibrados, iluminados, vibrantes y bondadosamente afectivos; son condiciones indispensables de todo docente en activo.
A lo largo de su noble desempeño, lo dicho por el Nazareno, muchos docentes lo han confirmado: “Por tus palabras serás condenado y por tus palabras serás justificado”
Cuando se impregnan de sinceridad las intenciones; serán honestas e impecables las palabras, que confirmarán después las acciones.
Es en la niñez y adolescencia, donde se da testimonio de la bondad y belleza del corazón; por ello es tan estimulante y motivadora la existencia de todo aquel que se dedica a la educación.
Cuando se tiene conciencia que la palabra es mensajera del amor, de la verdad y libertad; el docente y sus alumnos aprenden a ser transparentes y sinceros a todas horas; y no tergiversan o distorsionan lo que no comprenden o ignoran.
De manera persistente e infatigable se debe enseñar como disciplinar la mente, para que deje ser tan locuaz y parlanchina; evitar por todos los medios, que brote la fácil y cruel palabra que, aunque sea dirigida a los otros, de igual manera a quien la expresa, lo hiere y lastima.
El secreto de la vida saludable y pacífica de los seres Humanos buenos; es que no acostumbran el chisme, la calumnia o el señalamiento de los defectos ajenos.
Los alumnos deben saber y nunca olvidar; que la calidad del alimento intelectual y espiritual; determina la calidez y bondad de nuestro lenguaje emocional y nuestro cotidiano actuar.
Los docentes deben estar alertas y atentos para ser capaces de escuchar el dolor y el sufrimiento de sus estudiantes; no se puede alcanzar un óptimo resultado educativo, siendo insensibles e intolerantes.
En toda relación humana, no es amordazando las emociones y los sentimientos; como su puede lograr los consensos y entendimientos; será en vano, en las conflictivas relaciones, cortar por lo sano; mientras se dejen heridas abiertas y resentimiento en los corazones.
El aprender a meditar y reflexionar antes de actuar; el poblar nuestras mentes de pensamientos de paz, unidad, perdón y fraternidad; nos aleja de los insanos y separatistas prejuicios; y nos produce, tanto a nosotros como a los demás, infinitos beneficios.
Si la verdadera libertad está más allá de lamentar o lloriquear las pérdidas y dejar de ambicionar o recrearse en las ganancias; conviene aprender a sosegar nuestros febriles anhelos y nuestras apasionadas y ardientes ansias.
Cuando como educadores asumimos la valiente determinación y decisión de ser fieles al pedagógico amor; los corazones se vuelven inquebrantables porque palpitan y saben que están hechos para evolucionar y trascender más allá del temor y del dolor.
Todo docente que se hace amigo del amor y la sabiduría; sabrá disfrutar y compartir con sus alumnos y compañeros, de una existencia desbordante de saludable y contagiosa alegría. ¡Qué así sea!
*IR