La convivencia humana evita que la vida sea vana

La misión docente

Los educadores le apostamos a una generación de Seres Humanos más evolucionados y mejores; sabemos por experiencia reiterada, y enseñamos cada nueva alborada; que, para resolver todo vacío existencial, basta con ejercitar a favor de los demás, todo nuestro talento y potencial.

Cierto, igual que los partos maternos, no hay despertar de conciencia sin dolor; pero a ambos, los alivia y restaura el amor; casi todos cuando atravesamos en nuestras existencias la primavera, tenemos oportunidad de conocer y padecer el infierno; y sólo al paso de los años, nos damos cuenta que es una especie de requisito indispensable, para que podamos disfrutar del paraíso, cuando experimentamos nuestro invierno.

Todo recién nacido conforme crece, experimenta diversas tormentas emocionales; es con el concurso y solidaridad humana; como puede lograr el equilibrio y la armonía emocional, que le garantice una existencia plena y sana.

Con todo su potencial genético armonioso y bien canalizado; tendrá un motor que le permita más temprano que tarde ver sus sueños y anhelos realizados; cuando se carece de armonía y equilibrio emocional; en lugar de experiencias de felicidad; sobrevendrán, para desgracia propia y ajena, la disfuncionalidad y la enfermedad.

Una niñez atrapada en su estrechez emocional: miedo, rabia, desesperanza, pesimismo, desencanto y frustración; es incapaz de desarrollarse de manera saludable e integral; los docentes conscientes, los sensibles y conocedores legisladores, y los buenos gobernantes, saben que no deben seguir ignorando ni sacrificando a la población; ni tampoco regatearle ni limitarle, el presupuesto, que garantice una buena educación.

Si los adultos actuales dejamos de seguir condicionando nuestra ficticia felicidad a la acumulación enfermiza de falsos valores y posesiones; les estaremos legando la mejor herencia a las nuevas generaciones; dejemos de actuar como hijos de chimpancés que tienen como su dios al dinero; siempre será mejor, ser hijos de la luz, quienes tiene como Dios, al Amor.

Quienes lo han experimentado saben muy bien que los de corazón noble y amoroso se deleitan en sublimes gozos; están convencidos que trabajar con y para los demás, es como llevar el estandarte de la paz, que disminuye la violencia e incrementa la sana y perdurable convivencia.

No nos cansemos de enseñar en el hogar y en las aulas escolares a contactarnos con la humanidad; desde nuestra conciencia de plenitud y de generosidad; cuando estamos contentos y satisfechos; nada envidiamos, y somos respetuosos de los ajenos bienes y derechos.

Aprender a ser felices por lo que somos y no por lo que tenemos; nos mantiene vivo el interés de ejercitar lo que sabemos; sin dejar de emocionarnos por lo que cada nuevo día descubriremos y experimentaremos.

La más amplia cobertura de seguridad debe surgir del amor familiar, del entorno escolar y de todos aquellos con quienes se convive y se cultiva el respeto mutuo y la fraterna amistad; en toda sociedad pacífica y armoniosa, como la nuestra, su niñez siempre estará gozosa y su juventud destacará por ser soñadora, emprendedora y estudiosa.

Los docentes desarrollamos habilidades para interpretar adecuadamente los lenguajes no audibles de nuestros alumnos y estamos prestos a identificar la fuente de su actuación cotidiana; sabemos que sus comportamientos se derivan de su mundo interior y sus historias individuales; por ello en lugar de apresurarnos a enjuiciar o condenar; nuestra labor pedagógica es escuchar, comprender y encauzar.

No sólo en el vientre materno y en el seno del hogar se siembra en el corazón de los humanos la alegría existencial; también debemos reforzarla y regarla en las aulas; no dejemos de estimular la curiosidad y el asombro; la apertura a lo novedoso y creativo; desarrollemos los talentos en potencia; ampliemos los recursos cognitivos y afectivos que permitan una frecuencia más profunda y significativa en la relación y comunicación humanas; todos merecemos experimentar un mayor grado de felicidad y sublime contento; sin necesidad de drogas, premios, diplomas, títulos, asensos o públicos reconocimientos. 

Esforcémonos y enseñemos con el ejemplo a dejar de ser tan personalistas; caminemos menos aprisa, regalemos un saludo y una sonrisa, a quienes a nuestro paso nos encontremos; dejemos a un lado los celulares y prestemos atención con quienes conversemos; son maneras simples pero eficaces para combatir la indiferencia y ausencia de comunidad; rescatemos la convivencia amistosa, espontanea, sincera, y aderezada con generosidad.

*IR