Camina por todo México, con su xilófono a cuestas

Manuel y sus notas, irrumpen la mañana en el centro de Cuernavaca

Llego caminando desde la calle de Guerrero, cargando sus maderos a cuestas e irrumpió con sus notas, la mañana del zócalo de Cuernavaca. Los que aprisa caminaban, detuvieron su paso al escuchar sus notas y buscaban con los ojos, el origen de esa vibración. Los que amodorrados y soñolientos esperaban los rayos del sol, se dejaron llevar por sus notas y hasta los enojados por los problemas financieros, pudieron respirar.

Manuel llego desde el norte, con su aparato a cuestas. Dice conocer casi todo el país y no desea dejar de caminar. Sufre de los nervios y la música, le apacigua la mente y el corazón; pero no sabe que esa paz, la genera no solo para él, sino para todos los que le escuchan tocar.

 

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Es perfeccionista --no le gusta platicar mientras que toca--, se distrae y no le gusta equivocarse “porque quienes saben de música, dicen, mira, ese ni sabe y no quiero pasar por eso”.

Dice que su padre le enseño a tocar la marimba y que él aprendió de oídas y después estudio con mucho esfuerzo ese arte musical, pero las cosas no se le dieron como esperaba y ahora está aquí, en pleno zócalo de Cuernavaca, tocando música para los que van de aquí para alla.

Hoy busca “acompletar” para sus medicamentos. Lleva dos días en Cuernavaca y dice que la gente no lo ha tratado mal: “Te dejan tocar y hasta ahora no me han corrido, eso es bueno, porque luego te corren bien feo”.

 

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Tiene ojos de niños, pero no te ve a los ojos; tiene manos hábiles, inquietas que tocan sin parar su aparato. Se inquieta, ya no quiere hablar; pero agradece que le hayan podido escuchar: “Es que mi historia viene desde muy lejos y no hay mucho tiempo para platicar”. 

Se agradece la magia de sus notas, que como el sol, te cambian las mañanas frías.

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