Frente a la violencia y el temor, educar con buen humor

La Misión Docente

Todo trabajador al servicio de la educación; debe saber que su tarea trascendente y específica: es contribuir en la construcción de una sociedad nueva, fraterna, sabia y pacífica; la pobreza y la violencia, son sinónimos de decadencia.

Cuando en las relaciones existe negligencia o toxicidad; se rompe la unidad y se fractura la social responsabilidad; ejercitar la flexibilidad emocional nos permite mantenernos firmes, alertas y con positiva apertura frente a toda adversidad temporal.

El ingrediente del buen humor, es indispensable en nuestra noble labor; gracias a él, nos permite aún en medio de los problemas, tener apertura a la confianza en nuestros corazones; y no perder la esperanza de encontrar siempre las mejores soluciones.

El buen humor amplía nuestra perspectiva de la vida y la motiva a ser más intensa y combativa; nos fortalece en el inevitable sufrir, la capacidad de no perder la fe y sonreír.

Los grandes pensadores, filósofos y científicos, además de su inmenso amor por la humanidad; y pese a su conocida solemnidad, también ejercitaron el buen humor y la fraternidad; el fruto de la sabiduría, es la serena alegría.

Mientras que el mal humor aleja y enfría las relaciones; el buen humor, alegra y congrega a los corazones; si los defectos propios o ajenos los percibimos con benevolencia; sobrevendrá la risa y alejaremos la intriga y la violencia.

Si en todo momento decidimos ser realistas positivos; tendremos al buen humor como nuestro permanente y fiel testigo; detengamos toda conversación cuando se esté convirtiendo en acalorada discusión; y salvemos con buen humor la valiosa y fraterna relación.

Todos sabemos que practicar la flexibilidad física, nos es de mucha utilidad; porque nos aleja de toda enfermedad, al desarrollar en nuestros cuerpos su fortaleza y saludable vitalidad; de igual manera, el buen humor inesperado y positivo, siempre será constructivo; nos permite ejercitar la inteligencia vital, a favor de un feliz y risueño final; es siempre, el mejor testimonio de nuestra salud mental.

Enseñemos a nuestros estudiantes que la existencia puede ser una gozosa y permanente niñez; a condición de que siempre nos hagamos preguntas espontaneas, mantengamos la capacidad de sorprendernos y extasiarnos, y percibir las cosas más simples con admiración; sin dejar de sentir generosidad, nobleza, ternura, gratitud y sencillez en nuestro corazón.

Cuando hagamos conciencia entre nuestros alumnos que el sol y el oxígeno alcanza para todos; más allá del tiempo que nos expongamos o de la cantidad que respiremos; entonces, las verdades supremas enseñaremos; y juntos aprenderemos y practicaremos.

Frente a un mundo caótico, estresante; de pandemia y violencia; el buen humor constituye un excelente y eficaz mecanismo de autodefensa; existen ejemplos extremos de quienes lo utilizaron, con buenos resultados, como estrategia de supervivencia.

Puede darse el caso que el docente no haya desarrollado suficiente sentido del humor; pero sí está éticamente obligado a impartir sus clases con amor; y descubrir entre sus alumnos quienes tienen esa gracia y darles oportunidad de iniciar o concluir la clase con alegría; para garantizar a todos el disfrute de cada nuevo día.

No debemos permitir que el buen humor en las escuelas y en los hogares haya desaparecido o se encuentre disminuido; Mark Twain dejó escrito que: “Un día sin sonreír, es un día perdido”.

La propiedad del buen humor de transformar en placer sentido; un descontento potencial; se basa realmente en un proceso intelectual; nos ofrece la oportunidad de relativizar y desdramatizar las desgracias existenciales; Sigmund Freud, quien enfrentó terribles dramas personales nos dejó sus huellas ejemplares: “Existen dos maneras de ser felices en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo”. “El buen humor no se resigna, desafía, implica no sólo el triunfo de mí, sino también del principio del placer que así encuentra el medio para afirmarse, a pesar de las realidades externas desfavorables”

Son muchos y variados los problemas y conflictos que los estudiantes cargan en sus mochilas; los docentes sabemos que pretender sentirnos omnipotentes para resolverlos nos conducirá a la frustración; pero nuestro papel no es la total redención, sino el conducirlos para que cada uno de ellos alcance su propia liberación; el descubrimiento y aceptación de uno mismo; es una aventura no desprovista de riesgos; pero es un buen aliado el optimismo.

Practicar el buen humor; debe inyectarnos suficiente combustible para seguir trabajando en comunidad y con fraternidad; por un mundo mejor.