El domingo por la noche regresé de Washington D.C., la capital de Estados Unidos y la sede de sus tres poderes. Aunque todavía estoy procesando todo lo que vi, puedo afirmar que fue una de las experiencias más memorables de mi vida. Me siento profundamente cautivado por esa ciudad, que seguramente será motivo de varios artículos para este periódico.
Sin embargo, quiero comenzar hablando sobre el concepto E Pluribus Unum. De todos los monumentos, edificios gubernamentales y lugares que visité, el que robó mi atención —como un amor a primera vista— fue el Capitolio. De un blanco elegante y majestuoso, su inmensidad y presencia imponen. Al estar frente a su grandeza, se comprende por qué Estados Unidos es considerado el imperio del mundo.
Antes de iniciar el recorrido por el Capitolio, los visitantes ven un video que explica el concepto "Out of Many, One" (De muchos, uno). Al escucharlo por primera vez, pensé que se trataba de un mensaje egoísta y capitalista, típico de la cultura estadounidense. Imaginé que reafirmaba el sueño americano como una lucha individual para sobresalir y alcanzar el éxito por encima de los demás.
Sin embargo, pronto entendí que significaba exactamente lo opuesto. Este lema reconoce que Estados Unidos es un país construido por un vasto mosaico de personas, culturas e ideas. Es una afirmación de la riqueza que surge al aceptar y unir las diferencias, de la fuerza que nace al crear un solo país a partir de una diversidad infinita. Es decir, en medio de la complejidad de esta tierra, existe una sola nación: Estados Unidos.
Lo más inspirador de este concepto es que no busca eliminar las diferencias ni uniformar a todos bajo un mismo molde. Por el contrario, promueve un espacio donde las discrepancias puedan coexistir, enriqueciendo a la nación. Este principio es la base de su democracia entre las personas y del federalismo entre los estados.
Sé bien que hay una gran distancia entre los ideales fundacionales de Estados Unidos y la realidad de su sociedad. Pero lo relevante aquí no es lo que ellos son, sino lo que nosotros podemos ser.
Es común escuchar que la Constitución de México es una copia de la estadounidense, y durante mi visita lo confirmé. Desde la organización de una capital donde convergen los poderes hasta la división en legislativo, judicial y ejecutivo, así como el federalismo como forma de gobierno, las similitudes son claras.
No quiero ser como Estados Unidos. México tiene en sus venas una sangre que nunca nos hará iguales a ellos (y qué bueno). Nuestra historia, cultura y esencia nos distinguen y nos hacen únicos.
Sin embargo, sí creo en la idea de "Out of Many, One". México no puede entenderse como un todo uniforme, ni es posible aplicar las mismas soluciones para las comunidades indígenas de Chiapas y los empresarios de Nuevo León. Somos un país diverso, desde el nivel personal hasta el institucional.
Nuestro reto no está en eliminar esas diferencias, sino en construir sobre ellas, bajo el manto de una sola nación.