No hablemos ya, ni siquiera de valores cualitativos de la presidencia de Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador, no pensemos en un gobierno mejor o peor que el otro, miremos objetivamente ambos gobiernos y hagamos un acuerdo para admitir que si Peña Nieto, se hubiera atrevido a hacer por un día, lo que hizo Obrador por más de seis años, los Pinos hubieran sido tomados y les hubieran prendido fuego.
Es cierto, grandes errores fueron cometidos en el gobierno de Peña Nieto, que al intentarlos resolver con arrogancia y poco tacto, causaron un legítimo enojo en la ciudadanía, pero es importante mencionar, que si las mismas acciones fueran hechas por el ex Presidente López Obrador, serían perdonadas e incluso defendidas.
Coincido en que Peña Nieto tuvo grandes errores en la gobernabilidad del país, pero es prudente decir que en su plan de gobierno, estaba fundamentado de manera teórica y estadista, por lo que de haberse llevado a cabo correctamente, hubiera sido muy positivo para México. Por el contrario, Andrés Manuel López Obrador tuvo gran gobernabilidad política todos los días, pero un pésimo plan de gobierno fundamentado en caprichos que se olvidaron completamente de las personas de izquierda que eran la espina dorsal del movimiento.
Ahora, dándole cierta tolerancia en sus errores y observando su gobierno en un plano completo, así como se puede observar el gobierno pasado, pregunto: ¿cuál es la diferencia que hace que Peña Nieto, a pesar del poderoso fundamento que sostenía su gobierno e hizo que terminara con una de las más bajas polaridades entre los presidentes del país? y un segundo planteamiento: ¿cuál fue la razón, para que López Obrador, a pesar de los grandes errores -que serían imperdonables para otros gobiernos-, terminó siendo plenamente querido por la población?
La respuesta se enfoca en el apoyo popular.
Peña Nieto, tuvo grandes, errores en narrativa, no supo enamorar a la población y terminó alejándose de ella, no podía tener un simple error, porque sería la botana de los medios de comunicación por la siguiente semana, en cambio, Donald Trump dijo de manera desvergonzada en un evento, que él podría matar a alguien a la mitad de Nueva York y no perdería un solo punto porcentual de popularidad.
Nuevamente la diferencia, es que uno tenía la gasolina que impulsa el proyecto de los gobernantes y el otro, se había quedado sin ella.
Es significativo y hace mucho el apoyo popular. Con Peña Nieto llegó a situaciones tan críticas, que al final de su gobierno, difícilmente podía hablar o salir, pues sus niveles para seguirse moviendo estaban peligrosamente bajos, tanto que se bosquejaba la idea de un encuentro armado con la población disidente.
No pretendo hacer este artículo para decirle al futuro gobernante que debe apostar por la popularidad y por el cariño de sus gobernados como forma de gobierno, escribo este artículo para intentar hacerle ver al lector ciudadano, lo importante que es el apoyo que le brinda un político.
Un apoyo incondicional a un político, es como un escudo que lo protegerá de cualquier acusación, ataque o calumnia, pero es muy importante observar que lo protegerá a él, nunca nosotros. No digo, ni por un momento, que sea malo creer en una corriente política, pero sostengo como tesis personal, que debe hacerse de manera prudente.
El gobernante debe ser escuchado, comprendido, juzgado, observado y criticado, no se puede querer un mejor país si se apuesta por el gobernante que como una hoja, cambia sus ideales por lo que quiera o se le antoja a la mayoría, pero tampoco a uno que rechaza el sentir popular.
No debemos ser una sociedad de seguidores ciegos, pero tampoco de indolentes críticos, que en la falta de esperanza, prefieran el extensionismo.