En Morelos, a las autoridades estatales les ha faltado hacer la tarea, toda vez que nuestra entidad está inmersa en lo mediocre, tratándose de los niveles de escolaridad, pues se ubica a media tabla en el comparativo nacional, con un promedio de 9.7 años de estudio entre su población, es decir, apenas terminada la secundaria.
Datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) reflejan que la población mayor de 15 años apenas rebasa por poco el tercero de secundaria. No obstante, existen otras cifras que reflejan que, en educación, en Morelos le ha faltado a la autoridad aplicarse, puesto que de cada 100 personas de 15 años y más, cinco no tienen ningún grado de escolaridad, 49 apenas tienen la educación básica terminada, apenas 25 terminaron la educación media superior y apenas 21 concluyeron su educación superior con una carrera.
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Otro dato significativo, reflejado en la medición del INEGI, establece que 4 de cada 100 personas mayores de 15 años no sabe leer ni escribir. Lo paradójico es que, para organizaciones especializadas y de investigación, como el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), uno de los factores que los empresarios dispuestos a formar cadenas productivas consideran, entre las condiciones para invertir o instalar sus empresas, es que se disponga de personal preparado, particularmente en lo técnico, cuando el nivel educativo en la entidad es apenas de secundaria.
Todas las ventajas comparativas que tiene Morelos, considera el IMCO en sus estudios sobre el Desempeño Económico de las entidades, son desaprovechadas, porque de poco sirve que en la entidad estén instalados más de 30 centros de investigación, o el potencial que significa producir en Morelos bienes y servicios para los mercados más grandes del país, como son la Ciudad de México y el propio Estado de México.
De hecho, el IMCO ha recomendado diagnosticar las razones de la deserción escolar, tanto las derivadas de la pandemia por el Covid, como el hecho de que quienes abandonaron sus estudios no los hayan retomado, pasada la contingencia.
Y es que, a final de cuentas, a menor grado de instrucción académica, las posibilidades de desarrollo para un individuo, como para sus familias, derivan en empleos básicos e incluso informales, con sueldos bajos que no redundan en la satisfacción de todas las necesidades de un hogar, y mucho menos para potencializar las ventajas de la entidad para el encadenamiento productivo y aprovechar los mercados para la colocación de bienes y la prestación de servicios.