Dejar su pueblo y su tierra, padres y familia en el estado de Guerrero en busca de un mejor horizonte. Ser indígena, migrar en busca de oportunidades con su esposo y tres hijos, razón de su lucha, con un solo sueño, con una sola esperanza: que ellos estudien y tengan un mejor futuro.
Este año, Jessica no volverá a su tierra a visitar a su madre para abrazarla... El tradicional mole, la extensa familia conformada por hermanos, tíos, abuelos, los compadres y los amigos, la música tradicional... Este año, para ella, será de trabajo y añoranza.
Ella misma, aquí, en Cuernavaca, no podrá hacerlo tampoco: "Voy a trabajar este día", afirma con tristeza. Y su trabajo es artesanal: collares, pulseras, figuras de barro, algunas prendas, principalmente para mujeres y niños.
No ha habido muchos turistas, afirma con preocupación y pesar, por eso no habrá dinero para ir con los suyos a Guerrero y celebrar, pero tampoco para que ella misma deje un día su pequeño tendido en la acera para estar con los suyos.
“Los hijos le preparamos a mi mamá su mole y todos nos reunimos… Mis hijos todavía están chiquitos, así que no me va a tocar a mí que me lo hagan”, nos dice.
Y mientras afanosa va desplegando prendas, collares y pulseras en su puesto ubicado en el corazón de Cuernavaca, cuenta que tanto ella como su esposo tienen que trabajar para sacar adelante a sus hijos, con la venta de productos que sus manos de artesanos elaboran para ofrecer a propios y turistas. Pero sus creaciones, a pesar de su arte y esmero, son más fáciles de elaborar que tratar con los clientes.
“La mayoría regatea. No quieren pagar ni siquiera lo que valen los materiales… Y a veces dejamos que ellos pongan el precio, por necesidad…”
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Ella y su esposo buscan alternativas, sobre todo porque no siempre hay mucho turista recorriendo el Centro Histórico de Cuernavaca: “Los sábados y domingos preparamos todo para irnos a Coatetelco, para vender quesadillas, porque si no, el dinero no alcanza”.
Sus ojos brillan cuando habla de sus hijos: el mayorcito ya entró a la secundaria, y lo cuenta con orgullo, mientras que su hija va en la primaria, ella, que es la niña de sus ojos, y el pequeño, de un año y meses, yace en la sombra durmiendo apacible, al lado del puesto, bajo la sombra, todavía ajeno al esfuerzo de su madre para que, ya pronto, él también vaya a la escuela.
Mujer y madre, morena, ropas tradicionales y su babero, enfrascada en la colocación de su mercancía en el tendido, apenas mirando de cuando en cuando para responder, particularmente al preguntarle sobre el futuro, uno en el que habla de su lucha, pero no de las ambiciones personales, porque el epicentro y motor de su existencia son sus pequeños, sus estudios…
“Porque yo no tuve esa oportunidad por la economía, pero como le digo: ahorita la situación está muy difícil y yo le estoy echando muchas ganas para que mis hijos logren estudiar lo que yo no estudié. A mí sí me faltó mucho estudio”… Y al decirlo, su mirada se pierde un momento. “Pero primeramente Dios, ellos sí y ojalá salgan adelante”…
Y de nuevo, afanosa, vuelve a sus actividades, después de regalarnos, generosa como toda madre, unos momentos de su tiempo y de su universo.