En medio de la crisis de inseguridad y el ambiente político electoral encendido que se vive en nuestra entidad y desde luego el país, es necesario sostener que la construcción, el crecimiento, y el aumento relativo de la importancia de las redes sociales son características que distinguen el presente tiempo político. La celebrada emergencia de la sociedad civil, por la vía del crecimiento en el número y en la función social de las organizaciones no-gubernamentales, ha venido a ocupar cierto vacío de representatividad de un Estado en retirada. Aunque la participación social también esté mermada. Esta fuerte reaparición en escena de entidades intermedias con organización propia: justamente celebrada y aplaudida desde diversos ángulos del espectro social— ha llegado a plantear inclusive, a nivel de discurso mediático, la posibilidad de que estas nuevas formas de organización social ocupen, alternativamente, ciertos espacios y algunas funciones tradicionalmente reservadas a los partidos políticos. Hoy la representación social, no así el poder, está justamente en las manos de las pocas organizaciones de la sociedad civil, los partidos ya no aglutinan a los sectores.
La democracia, entendida como la forma por medio de la cual se elige al personal político a través de procesos electorales competitivos, limpios y libres, se encuentra asentada en la región. Una importante mayoría de ciudadanos acepta, valora y compite bajo estas reglas e importantes sectores que anteriormente tenían gran capacidad de veto sobre los procesos de toma de decisiones han visto mermada su capacidad de incidencia. Y la aceptan quizá porque no ven otras alternativas. Es mejor quedarse como estamos a buscar algo diferente, concluyen muchos.
Siendo claros, ese desarrollo político no ha sido homogéneo y los diversos sistemas políticos de la región han tenido que enfrentarse en diferentes momentos y circunstancias a reformas institucionales, líderes antipolíticos tradicionales, crisis económicas, ajustes estructurales, conflictos armados, violencia y pujas intestinas entre actores sociales y políticos. Por tanto, la manera en que se ha rutinizado la democracia y el modo en que sus instituciones y sus actores se han adaptado a los desafíos, generó sistemas políticos con características diversas y con distintos grados de capacidad para resolver los problemas cotidianos de los ciudadanos.
Nuestro país es un ejemplo claro de que la fortaleza histórica del sistema de partidos, el modo en que habían funcionado las instituciones de manera previa a las quiebras democráticas, la voluntad de las élites por llevar adelante un acuerdo mínimo de reglas y prácticas que mediaran los conflictos y los propios resultados conseguidos por los partidos para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos han incidido sobre el nivel de satisfacción que estos manifiestan tener sobre la democracia. La tarea de los partidos no ha sido sencilla, ya que además de los retos de ser gobierno (y oposición), han enfrentado una creciente descapitalización frente a los ciudadanos. Esa desconfianza ha mermado en los niveles de credibilidad de los partidos, lo que les ha llevado a tener que pensar cómo mejorar su imagen ante los ciudadanos y cómo convencerles respecto de la relevancia de su papel como mecanismos de representación y canalización de las demandas sociales.
Sin embargo, vemos casos como el de nuestro estado, en donde los partidos políticos, quizá justificados en sus procesos internos, se han desdibujado y literalmente llevan años ausentes de la vida pública del estado; solamente aparecen en tiempos electorales, el tiempo restante se meten en su concha cual tortugas o moluscos salados. En medios de las crisis que atraviesan de forma singular los poderes, ni siquiera han intentado persuadir o recomendar a sus correligionarios, mucho menos les han llamado a la cordura política. Realmente, los partidos políticos, que se supone son instituciones que en esencia tendrían que defender, representar y agrupar a ciudadanos, están desaparecidos. Tal vez porque no quieren cargar con costos políticos por lo que sucede o de plano porque sus representación son famélicas y no les alcanza para darse cuenta siquiera, que hoy la situación en Morelos nos requiere a todos.
Y es que hay una notable separación entre la sociedad y los partidos tradicionales, porque los partidos han cambiado su histórica estrategia de movilización de militantes por otra de captación de “notables”, con la intención de que estos, al ser los candidatos, financien las actividades electorales. Los altos costos de la campaña electoral; la inversión necesaria para poder acceder a los medios de comunicación audiovisuales y los gastos de campaña son, cada vez más, limitantes de la actividad partidista y tienden a generar mayor inequidad en la competencia. Entonces la pregunta es ¿vivimos en un estado demócrata o partidocrata?